Época: Grecia antigua
Inicio: Año 338 A. C.
Fin: Año 323 D.C.

Antecedente:
La Grecia antigua

(C) Alvaro Cruz García



Comentario

Hasta mediados del siglo IV a.C., pocos griegos dudaban del carácter bárbaro de los macedonios. Pueblo lejano, con lengua propia y dedicado principalmente al pastoreo de sus grandes yeguadas, nadie hubiera pensado que, con el tiempo, se convertiría en señor de Grecia y promotor de su cultura en los más lejanos rincones del mundo, incluso en los aún por entonces desconocidos.
En realidad, poco es lo que sabemos de la cultura macedónica antes del reinado de Filipo. Parece, eso sí, que desde muy pronto sus monarcas advirtieron el brillante mundo que se desarrollaba al sur de sus territorios e impulsaron la helenización de su reino. Pero lo cierto es que las colonias, generalmente controladas por Atenas, apenas difundían otra cosa que sus obras artesanales y lo único relativamente helenizado del reino, a niveles más elevados, era la casa real. Los monarcas emitían monedas en estilo griego y su mayor orgullo radicaba en poder ir, como griegos, a las Olimpiadas: en efecto, de toda Macedonia sólo su familia era considerada helénica, por ser, según la leyenda, descendiente de Heracles.

Haciendo gala de su pasión por lo griego, algunos reyes intentaron atraer a su corte, con generosas dádivas, a famosos literatos y artistas: Arquelao I (h. 413-399 a.C.), por ejemplo, recibió la visita de Zeuxis, del músico Timoteo de Mileto, del poeta épico Quérilo y de los grandes trágicos Agatón y Eurípides. Pero lo cierto es que tales contactos no debieron de superar el nivel de un esnobismo cortesano.

Filipo II, decidido a intervenir en Grecia, sintió desde muy pronto la necesidad de ahondar en esta política helenizadora. Atrajo a Aristóteles para que, desde el 342 a.C., se ocupase de la educación de su hijo Alejandro, que entonces tenía catorce años de edad; y no contento con albergar al historiador Teopompo (quien escribiría una historia de su reinado, Historia Filípica, desgraciadamente perdida), utilizó los servicios del orador Pitón de Bizancio, discípulo de Isócrates, y aceptó los servicios de personajes como Nearco y Eumenes de Cardia, destinados a ganar fama en las campañas de su hijo.

También en el campo de las artes hizo lo posible Filipo por dar de sí una imagen helénica, sobre todo a raíz de su victoria definitiva sobre atenienses y tebanos en Queronea (338 a.C.). Quien ya era indiscutible señor de los destinos de Grecia veía sin duda -como Roma más tarde- que la helenización era no sólo el paso necesario hacia un nivel cultural superior, sino además una herramienta política para eliminar resquemores.

La expansión macedonia fue realizada de modo inteligente, habiendo aprendido de intentonas anteriores. Durante la segunda mitad del siglo V a.C. alternó su apoyo ahora a Atenas, ahora a Esparta, ganando el control sobre la zona al este del río Axiós. Poco después Perdicas II promueve el sinecismo de Olinto y extiende la influencia de Macedonia sobre Calcidia, tradicional área de influencia de Atenas. Durante el siglo IV los Argéadas intervienen en las pugnas entre Atenas, Esparta y Tebas, poniendo a punto su extraordinario ejército.

El gran paso lo dará Filipo II, quien supo desarrollar una inteligente política, con la que pudo unificar Macedonia y el Egeo septentrional, dejando a Tesalia sujeta mediante un protectorado.

Con respecto a las poleis del sur, precariamente unidas en ligas, primero utilizó la diplomacia y más tarde la guerra, venciendo en Queronea (338 a.C.) En Corinto, Filipo dirigió la creación de una liga panhelénica cuyo objetivo era lograr la unidad de las ciudades griegas y reanudar la lucha contra los persas, para así liberar a las poleis de Asia sometidas a su dominio.

Preparado el ataque a los persas, el asesinato de Filipo en el teatro de Aigai dejó el trono en manos de su hijo, Alejandro III, más conocido como Magno o el Grande. Al heredar Alejandro el trono macedonio dejado por su padre contaba con un excelente punto de partida para alcanzar su máximo objetivo: la conquista de Asia, pues ya Grecia había sido unificada.

En la primavera del año 334 a.C. Alejandro partía de Macedonia, avanzando hacia Tracia y alcanzando las costas de Asia Menor, donde se produjo el primer enfrentamiento con los persas en la batalla de Gránico. La victoria permitió al macedonio continuar su avance hacia Lidia, ocupando las ciudades de Mileto y Halicarnaso. Las regiones de Caria y Frigia cayeron en sus manos. Tras cortar el famoso nudo en Gordión, la Capadocia y Cilicia serán ocupadas antes de producirse una segunda batalla decisiva, la de Issos, donde Alejandro bate al persa Darío de manera contundente. La decisión del monarca macedonio será descender hacia Siria para tomar Tiro y Sidón, sirviendo de cabeza de puente para la conquista de Egipto, donde fundará la famosa Alejandría.

Tras visitar el oráculo de Amón, se embarcará en la toma de Mesopotamia, produciéndose la definitiva batalla de Gaugamela, donde Darío será nuevamente derrotado. Susa y Persépolis caerán bajo su dominio, estableciendo el próximo objetivo en las satrapías superiores: Bactriana y Sogdiana. Los territorios más septentrionales del Imperio Persa eran ocupados en el año 328 y desde allí Alejandro descendió hasta la India, alcanzando el Indo.

Tras ocho años alejadas de Grecia, las tropas presentan sus primeras muestras de cansancio, por lo que se impone el regreso desde Patala. Alejandro dirigía el cuerpo de ejército por tierra mientras Nearco costeaba con una flota hasta llegar al golfo Pérsico. El rey macedonio llegó otra vez a Persépolis y a Babilonia, donde falleció el 30 de junio de 323 a.C. antes de cumplir los 33 años. Con él moría uno de los grandes genios militares de todos los tiempos. La muerte temprana del monarca cuando aún su esposa persa, Roxana, no ha dado a luz al heredero del trono, plantea serios interrogantes acerca del futuro del reino.